TOPOGRAFÍAS MISTERIOSAS
Fernando Golvano
"Una mano en un país, mi cabeza en otro y mi ojo en un tercero
Raúl Ruiz
De
Şükrü
Karakuş
también
podría
decirse
que
su
identidad
se
conforma
en
varios
países:
dos
reales,
Turquía
y
Euskadi,
y
uno
imaginario,
el
de
la
pintura.
Ese
humus
vital,
con
sus
afinidades
y
sus
colisiones,
con
sus
colores
y
tierras,
lenguas,
traducciones
ha
ido
dejando
su
impronta
en
la
pintura
de
este
artista.
Así,
exposiciones
como
“
Oksit-Óxido
”
(Estambul,
1996),
"Viajar,
perder
países"
(Donostia,
1998)
o
la
que
realizó
en
Tolosa
recientemente,
hacen
visible
esa
alianza
entre
mundos
de
vida,
memorias,
errancias
y
entrega
a
la
práctica
pictórica.
Desde
que
le
conozco,
a
primeros
de
los
años
noventa,
no
ha
dejado
de
sorprenderme
la
pasión
y
fidelidad
de
Şükrü
por
la
pintura
en
un
contexto
en
el
que
la
creación
contemporánea
privilegiaba
otras
prácticas
artísticas.
Pero
ha
mantenido
su
rigor
creativo
e
intelectual
hacia
una
pintura
reflexiva
atenta
a
su
propio
acontecer
y
a
la
interrogación
sobre
las
relaciones
entre
el
lenguaje
y
las
cosas,
No
resulta
extraño
entonces
que
muchas
de
sus
obras
contengan
huellas
de
letras,
frases,
formas,
imágenes
orgánicas,
planos
urbanos:
se
trata
de
robar
algo
a
la
realidad
y
desplazar
el
sentido
hacia
el
territorio
preferido
de
los
artistas
el
de
la
ambigüedad
y
el
del
misterio
que
se
recrea
en
su
reconocimiento.
Quizá
sea
otra
forma
de
celebrar
lo
visible
que
nos
rodea
y
que
está
continuamente
apareciendo
y
desapareciendo
(en
eso
John
Berger
identifica
el
impulso
de
pintar),
quizá
se
trate
de
prolongar
la
metamorfosis
de
la
vida
y
del
significado,
y
quizá
sea
un
juego
de
lenguaje
que
añade
más
incertidumbre
a
la
procesión
de
los
simulacros,
pero
para
establecer
un
desvío
crítico.
Sea
lo
que
fuere,
lo
más
probable
es
que
este
pintor,
interesado
en
las
dualidades
y
paradojas
que
sustentan
la
existencia
y
el
arte,
integre
todo
ello
en
sus
topografías
misteriosas.
Nos
invita
a
una
mirada
recreante
para
completar
sus
estrategias
semióticas
desde nuestro propio diccionario de experiencias, imágenes y códigos.
Sabe
que
lo
fragmentario
puede
ser
la
entrada
a
la
totalidad
a
la
vez
que
ésta
es
inabordable.
Y
es
en
esa
zona
inestable,
en
esa
frontera
del
sentido,
donde
su
pintura
crece
en
complejidad.
Caosmos
habitados
de
dualidades
(
interior
/
exterior,
orgánico
/
inorgánico,
realidad
/
irrealidad,
sustancia
/
contingencia,
abstracción
/
figuración,
cálculo/
azar,
micro
/
macro,...)
que
no
pueden
resolverse
en
uno
de
los
polos.
Tensión
abierta
para
que
circulen
pulsiones,
imaginarios,
ideas
y
formas:
ese
parece
ser
el
programa
pictórico
de
Şükrü
Karakuş.
Mas
quisiera
referirme
ahora
al
modo
constructivo
de
sus
obras.
Apenas
sin
bocetos,
soñadas
y
pensadas
al
mismo
tiempo,
en
sus
pinturas
dispone
una
poética
de
la
impronta,
del
contacto
sobre
la
superficie
del
lienzo,
junto
con
una
intervención
que
modula
el
azar
y
el
cálculo,
y
que
culmina
con
trazos
de
pincel.
De
ese
modo,
abiertas
a
su
propio
proceso,
se
generan
esas
imágenes
de
resonancia
orgánica,
con
esos
fondos
ricos
en
matices,
inflexiones
inesperadas,
laberintos
viscosos.
Recuerdan
algo
a
algunas
pinturas
de
Darío
Urzay,
y
también
a
los
sistemas
arteriales,
neuronales
y
pulmonares
que
exhiben
otras
obras
de
Gordillo.
También
percibir
de
Ross
Bleckner
ecos
pictóricos.
Pero
Karakuş
establece
otra
deriva
que
remite
a
otra
exploración
de
las
dualidades
mencionadas.
No
obstante,
parece
presentarnos
su
invención
de
un
caos
molecular
como
metáfora
de
lo
existente,
como
cifra
de
las
inestabilidades
de
todo
tipo
que
definen
nuestras
vidas.
Incluso
a
veces
la
elección
de
sus
colores
dominantes
(el
rojo-marrón
de
la
tierra,
del
óxido,
o
de
la
piel;
y
el
azul
frio
celeste
o
el
radiográfico)
parecen
remitir
a
esa
exploración
de
lo
que
está
detrás,
de
lo
anónimo
que
fluye
y
que
hay
que
dar
forma.
Una
pintura
que
enuncia
proposiciones,
no
tanto
de
la
belleza
o
del
gusto,
sino
del
propio
acto
de
crear
sentido.
Una
pintura
que
deviene
acto
performativo,
índice
de
su
propia
gestación
a
la
vez
que
alegoría
de
la
doble
distancia
(de
cerca
y
de
lejos)
con
la
que
podemos
reconocer
las
cosas
y
la
experiencia.
Sin
poder
detenernos
en
la
buena
distancia,
sino
en
esa
tensión
abierta,
dual,
Karakuş
nos
ofrece
estas
topografías
que
hacen
palpable
un
límite
inestable,
una
frontera-lenguaje
que
une
y
separa:
una
percepción
estética
de
ese
caosmos
que
habitamos también imaginariamente.
2000